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Fecha publicación: 26-01-2014
Autor: Ángel Fernández Díaz

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Es de sobra conocida la relación existente entre la dieta y el riesgo -  o disminución de éste - de desarrollar una determinada enfermedad. Naturalmente, la Enfermedad de Alzheimer (de ahora en adelante, EA para no sobrecargar al lector) no podía ser una excepción: datos de investigación básica sugieren que el consumo de determinadas vitaminas y ácidos grasos omega 3 parecen proteger del desarrollo de EA.

Este beneficio parece obtenerse no sólo a causa de la mejoría apreciable en los parámetros relacionados con el riesgo cardiovascular, sino también por su repercusión sobre la estructura fosfolipídica de la membrana neuronal. Esto quedó refrendado en mayor o menor medida en diversos estudios epidemiológicos como el WHICAP o el Three-City, si bien las conclusiones de este último no fueron tan optimistas como las del primero.

En un intento de obtener herramientas basadas en la anatomofisiología neuronal y en la patología del mal de Alzheimer, se ha propuesto el empleo de  compuestos englobados dentro de la categoría “medical foods” (véase la definición que a este respecto recoge la FDA). Basicamente, buscan actuar a niveles hipocampal y de las sinapsis neuronales, cuyas alteraciones-se ha demostrado- tienen una buena correlación con el deterioro cognitivo de la EA. Debe destacarse que se preconiza el empleo de estos compuestos en fases iniciales de la misma, siendo esta la tónica habitual en los ensayos clínicos desarrollados hasta el momento, tratándose además de pacientes naive de medicación anticolinesterásica o Memantina.
Especialmente destacado es un producto bebible, compuesto por  uridina, ácidos docosahexaenoico y eicosapentaenoico , colina, fospolípidos, ácido fólico, vitaminas B12, B6, C y E y Selenio.  Así, Scheltens, en su estudio prospectivo apreció una mejoría significativa a las 12 semanas en los pacientes con EA que tomaban el producto, medido por la escala de memoria de Weschler. En una posterior extensión de otras 12 semanas, se apreció una correlación entre el mantenimiento de la toma del mismo con mejoría en la puntuación del ADAS-COG, pero únicamente en aquellos pacientes con unas puntuaciones basales más altas. Trabajos posteriores  mostraban una tendencia  a la mejoría de los parámetros neuropsicológicos (medidos por la Neuropsycologycal Test Battery) y de los hallazgos EEG o Magnetoencefalográficos sugerentes de conectividad funcional. Debe señalarse la alta tasa de cumplimiento del citado tratamiento (superior al 90%) y la presencia de efectos adversos en proporción similar a placebo; las evidencias en torno a un posible aumento ponderal en los pacientes que reciben el tratamiento no son claramente concluyentes.

En suma, parece que se acerca otra vía de actuación para nuestra tan temida Enfermedad de Alzheimer, que viene a complementar -no necesariamente a sustituir ni a desplazar- las opciones terapéuticas disponibles a día de hoy. No obstante, dado lo escaso del camino recorrido hasta el momento y los pocos datos disponibles acerca de este nuevo arsenal, serán necesarios- y bienvenidos- más y mejores estudios epidemiológicos.

 

BIBLIOGRAFÍA

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