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Fecha publicación: 10-09-2014
Autor: Ángel Fernández Díaz

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 Una de las principales medidas en torno a la prevención del ictus es la modificación dietética, esto es, del hábito de vida: en este sentido, la realización de ejercicio físico constituye una herramienta muy útil tanto en prevención primaria como en la fase de rehabilitación postictus.

 A modo de ejemplo, el estudio prospectivo  del grupo de Jefferis en el Reino Unido sobre una cohorte de pacientes en el Reino Unido apreció que, en aquellos que realizaban un ejercicio físico aeróbico tan simple como el caminar, el riesgo de padecer un ictus era menor en aquellos que realizaban esta actividad más horas semanales (los mejores resultados se obtenían en pacientes con más de 21 horas) frente a los de menor actividad (4 horas). Debe destacarse, además, que la intensidad del ejercicio no influía en el pronóstico; dicho de otro modo: importaba la cantidad, no la potencia.

En el aspecto concerniente a la prevención secundaria, las conclusiones pueden resumirse perfectamente con las afirmaciones que el grupo de Billinger realiza desde la Universidad de Kansas: Hay una fuerte evidencia de que la actividad física y el ejercicio después del accidente cerebrovascular pueden mejorar la condición cardiovascular, la capacidad de caminar y la fuerza del brazo; además, el ejercicio podría mejorar los síntomas depresivos, la función cognitiva, la memoria y la calidad de vida después del accidente cerebrovascular. Por ello, realizar una actividad física de modo coherente, adaptada a la realidad del paciente (tres veces por semana en sesiones de 20-30 minutos es una buena propuesta) puede suponer una práctica beneficiosa con efectos no sólo físicos, sino a otros niveles…en resumen, bueno, bonito y barato.

Foto tomada de: http://www.freedigitalphotos.net